“Un ingeniero inglés de vacaciones en Francia, después de Waterloo, descubre los telares: ¡mecanismos programables!”. Así comienza la última pista de Un dígito binario dudoso, disco que Hidrogenesse dedicó al matemático Alan Turing en 2012, año del centenario de su nacimiento. Turing es considerado el padre de inteligencia artificial y la computación y fue hasta los años setenta del siglo XX un héroe anónimo del bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial gracias a su trabajo como diseñador de una máquina capaz de desencriptar los mensajes generados por la máquina alemana Enigma.

En “Historia del mundo contada por las computadoras” son ellas las que toman la palabra y sitúan el origen de la computación en el momento en que el matemático, ingeniero y filósofo inglés Charles Babbage se inspira en la tecnología desarrollada por  el tejedor y comerciante francés Joseph Marie Jacquard que, tras varios prototipos creó una tecnología gracias a la cual un telar podría generar distintos dibujos mediante el uso de tarjetas perforadas que se intercambiaban según el trabajo a realizar.

Sin embargo, esta estrategia no era nueva. Jacquard, apodo familiar que acabó por sustituir su verdadero apellido, Charles, diseñó distintos telares y llevó a cabo varias patentes a principios del siglo XIX, pero era consciente de que el diseño se podía mejorar. Una visita al Conservatoire National des Arts et Métiers (Conservatorio Nacional de Artes y Oficios) de París le sirvió para conocer en profundidad el trabajo de sus antecesores y mejorar su máquina. Basile Bouchon utilizó en 1725 papel perforado en el telar para establecer el patrón que debía tener la tela. Jean Falcon, colaborador de Bouchon, sustituyó el papel por una cadena de tarjetas de cartón perforadas para cambiar la programación de trabajo más rápidamente. Otra de las inspiraciones de Jacquard está relacionada directamente con los orígenes de la robótica: un telar completamente automatizado creado en 1745 por su también compatriota  Jacques Vaucanson, quien antes de centrarse en la industria textil había asombrado a  Europa con su autómata flautista que representaba a un pastor músico y con su pato mecánico que emulaba los movimientos y funciones vitales de un pato de carne y hueso.

Telar de Jacquard

Tarjetas perforadas en el telar de Jacquard. Fotografía realizada por Ad Meskens. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:NMS_Jacquard_loom_2.JPG

Todo este cuerpo de conocimiento desarrollado para hacer más eficiente la industria textil es lo que encuentra Babbage en Francia, país con el cual hasta 1815 existía un grave conflicto a causa de las Guerras Napoleónicas. Como apasionado de las matemáticas y fanático de la precisión, a principios de los años veinte del siglo XIX diseñó máquinas diferenciales para calcular e imprimir de forma automática tablas matemáticas y así evitar el error humano. Estas ideas tuvieron tan buena acogida por parte del gobierno británico que financió el desarrollo de estos dispositivos.

Pero la visión de Babbage iba más allá y se dio cuenta de que lo realmente interesante era crear máquinas que pudiesen realizar distintas operaciones en función de las necesidades del ususario, es decir, que fuesen programables. Por ello comienza a centrarse en un nuevo proyecto al que denomina máquina analítica en el que aplica las ingeniosas soluciones que los franceses ya habían incorporado a los telares, sobre todo el uso de las tarjetas perforadas como manera de dirigir el trabajo de la máquina. A pesar de sus esfuerzos no consiguió completar su máquina analítica y perdió mucho dinero. Tuvo suerte de heredar una cantidad considerable a la muerte de su padre en 1827, pero aun así los materiales y tecnología del momento no acompañaron su empresa. Tampoco la financiación del Estado, que no veía rentable el desarrollo de esta puntera computadora  decimonónica que nunca se ha llegado a construir de manera completa.

La influencia de Babbage es limitada en la historia de la computación a pesar de que su legado tiene otra pica en Flandes: la elaboración del primer programa informático por parte de la matemática y escritora Ada Lovelace, su colaboradora y amiga, que diseñó un algoritmo para esta máquina que, por supuesto, jamás tuvo la oportunidad de ser puesto a prueba.

Aproximadamente un siglo después comenzaron a desarrollarse los ordenadores y algoritmos en los que se basan los dispositivos actuales. La Revolución Industrial  sería sustituida en el siglo XX por las guerras mundiales y sus secuelas como acicates para el desarrollo de la computación y la informática.