Quien haya vivido durante la década de 1980, la última de la Guerra Fría, habrá sentido en sus carnes la preocupación por una eminente guerra a base de sofisticados y potentes misiles entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Durante el mandato presidencial de Ronald Reagan (1981-1989) el primer país alcanzó la supremacía militar sobre su enemigo mediante una gran inversión en tecnología militar y al precio de un país depauperado y con una gran desigualdad social.

En este contexto se rueda Cortocircuito (John Badham, 1986), una historia sobre la aplicación militar de la robótica que, siendo una comedia, cuestiona la dedicación de valiosos recursos a aplicaciones bélicas. Howard Marner (Austin Pendlton) es brillante científico que trabaja para la división de robótica de una gran corporación: NOVA. En la época en la que se encuentra es consciente de que el gobierno les comprará robots diseñados para acceder a territorio enemigo de forma segura para los soldados y una vez allí atacar con toda clase de armas, incluidas bombas. Este científico, seducido por un oscuro pragmatismo, tiene su antítesis en Newton Crosby (Steve Gutenberg), científico de la empresa que aborrece la aplicación militar de su trabajo.

A lo largo del guion se hace hincapié en lo descabellado del eufemismo “mantener la paz” mediante la fabricación y uso de armas, sobre todo a través del antipático e histriónico personaje de Skroeder (G. W. Bailey), militar que también colabora en el desarrollo de las aplicaciones militares de los robots soldados.

Con este escenario se presentan recién salidas de fábrica cinco unidades de los robots SANTI (Sistema Artificial Nuclear de Transporte inteligente), que en inglés sería SAINT (santo). Desde el principio de la película se muestra el gran poderío destructor de estos robots, perfectos para los intereses de la empresa en un contexto de guerra.

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Sin embargo, ocurre un hecho repentino e impredecible: una de las unidades, conectada a un generador, recibe una potente descarga eléctrica y, como si de una criatura de Frankenstein metálica se tratase, recibe el don de la vida y prescinde de la programación destructora incorporada por sus creadores durante su fabricación.

Esta unidad, la número cinco, pone en un gran aprieto a sus desarrolladores: con todo su arsenal de armas, incluido un disparador láser, sale de las instalaciones de NOVA, con el consiguiente peligro de causar grandes destrozos personales y materiales en un ambiente pacífico de los cuales la empresa, como propietaria del dispositivo, tendría que hacerse responsable.

Sin embargo, desde el punto de vista del robot, no existe ninguna ley que lo ampare, y por ello, el ahora pacífico robot debe huir para salvar el pellejo, es decir, para evitar ser capturado y desmantelado. En la actualidad apenas existe legislación al respecto más allá de normativa relativa a seguridad industrial y estándares de fabricación. Sin embargo, existe un interés progresivo en elaborar nuevas leyes para los nuevos escenarios tecnológicos que se avecinan a través del desarrollo de la robótica.

Corea del Sur es el país que más legislación ha desarrollado al respecto, con la Korean law of the development and distribution of intelligent robots de 2005 y la Legal Regulation of autonomous systems in South Korea de 2012. Japón, como la mayor potencia del mundo en robótica también ha elaborado una serie de guías, la última de las cuales se aprobó en 2015. Por su parte, la Unión Europea está desarrollando un proyecto legislativo, sin vigencia legal, denominado Regulating Robotics: A Challenge For Europe.

Uno de los objetivos de estas normativas es clasificar los dispositivos en distintos niveles:

Nivel 1. Sistemas inteligentes programados

Nivel 2. Robots no autónomos

Nivel 3. Robots autónomos

Nivel 4. Inteligencias artificiales

En ninguna de estas normativas se prevé un desarrollo desde el punto de vista del robot, sino más bien el establecimiento de medidas de seguridad, responsabilidades y estándares de calidad de unas máquinas en cuyo desarrollo están implicados un amplio número de sectores tecnológicos.

El caso planteado en Cortocircuito, que un robot sea susceptible de tener derechos, rebasa totalmente la legislación que se está desarrollando en la actualidad, ya que la robótica, desde un punto de vista aplicado, tiene por objetivo fabricar máquinas que nos ayuden y nos hagan la vida más fácil, no seres vivos.

Aun no considerando al robot número cinco un ser vivo o al menos merecedor de ciertos derechos,  sus creadores optan por su destrucción a toda costa sin al menos intentar entender cuál es el proceso mediante el cual la máquina es autoconsciente y, lo mejor de todo y que además la hace menos peligrosa: porqué no se rige por la programación diseñada para el combate bélico que le venía dada de fábrica.

No hay que olvidar que, sean lo que sean los robots en el futuro, serán producto de los humanos. Igual que las guerras.

Atribución de la imagen:

Jack Qiao