El otro día me desperté sobresaltada. Acababa de soñar con una persona conocida de mi infancia y adolescencia con la que ni me unía una amistad especial ni formaba parte de mi vida, pero me caía bien. Era un sueño tranquilo, estábamos charlando de banalidades cuando, justo antes de despertarme recordé que había muerto hacía unos años. Todavía no acierto a identificar qué pensamientos o recuerdos me llevaron a que apareciese en mi sueño. Si pensamos en la inteligencia artificial, un campo de investigación en el que se emula e intenta mejorar la inteligencia humana, cabe preguntarse también cómo funcionaría el mundo onírico en los cerebros artificiales que están por venir.
Durante el sueño se afianza el aprendizaje, se reestructuran las sinapsis neuronales y se eliminan los desechos derivados de la gran actividad metabólica del cerebro, desechos cuya acumulación podrían derivar incluso en enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer. ¿Necesitarían de algún modo realizar este proceso los cerebros artificiales, una suerte de defragmentación de su memoria que les regalase imágenes y sensaciones durante los períodos de carga y stand-by, en caso de tenerlos?
La ficción ha abordado este asunto, sobre todo cuando se trata de robots que están en el punto de ser equiparados con los humanos en cuanto a capacidades cognitivas y autoconsciencia. En la película Yo, robot (Alex Proyas, 2004) el robot más afín a los humanos, Sony, tiene un sueño recurrente que resulta muy importante para la trama. Esta película, que elabora una historia cogiendo los elementos del universo creado por Asimov en torno a la inteligencia artificial y la robótica, toma este elemento del relato Sueños de robot, en el que Elvex, cuyo cerebro positrónico ha sido elaborado de una forma diferente al resto en un alarde de innovación de la joven robopsicóloga Linda Rash, comenta a su creadora que ha tenido un sueño. Ésta debe decidir, junto a Susan Calvin, su jefa y colega de profesión, qué hacer al respecto.
En otras historias, precisamente, se asume lo contrario, la supuesta incapacidad de soñar de las máquinas inteligentes. En la película Eva (Kike Maíllo, 2011), que transcurre en una ciudad imaginaria de Santa Irene, en la que existe una puntera Facultad de Robótica, la clave de seguridad ante un robot defectuoso o potencialmente peligroso no es otra que: “¿Qué ves cuando cierras los ojos?” Es una buena estrategia de seguridad, ya que, además de ser una pregunta que no se suele realizar de forma cotidiana, asumen que un robot no sueña, no puede tener ninguna visión si sus sensores ópticos no están abiertos y en funcionamiento. Por ello es una pregunta ante la que no tienen ninguna respuesta lógica con la que sortear el protocolo de desactivación. Funciona a la perfección.
En los sueños se suelen recordar, de forma fiel o modificada, vivencias recientes o antiguas que incluso somos incapaces de evocar de forma consciente. En una maravillosa escena que no se incluyó en el metraje final de El gigante de hierro (Brad Bird, 1999) el espectador se puede asomar a los sueños del robot gigante, que a causa de un golpe en la cabeza recibido durante su aterrizaje en el planeta Tierra, no recuerda su pasado alienígena que aflora de forma inconsciente durante el sueño.
Esta visión inconsciente del robot gigante incluso genera una señal que es capaz de reproducir su contenido en el televisor de Dean, amigo y dueño del desguace del pueblo que le ha brindado refugio. Existen en la actualidad grupos de investigación que trabajan en la posible visualización de los sueños en humanos, la detección de señales que se puedan asociar a distintos elementos que permitan conocer mejor estos procesos. Cuando llegue el futuro en el que este objetivo se consiga, en el caso de las máquinas estas imágenes serán mucho más sencillas de obtener que en los seres biológicos, lo cual les dejará más expuestos al juicio de los humanos.
En la película Prometheus ocurre lo contrario. Es el robot David quien aprovecha su ventaja tecnológica para convertirse en un voyeur onírico. Mientras el resto de la tripulación se encuentra en estado de hibernación camino de la luna LV-223, David permanece activo durante esos años a cargo de la nave realizando las funciones de mantenimiento que se requieran, cultivando su cerebro y viendo películas. Tanto tiempo libre le permite utilizar una interfaz para ver los sueños de Elizabeth Shaw (Noomi Rapace), lo que le permite desentrañar su pasado y motivaciones y razón por la cual establecerá una relación particular con ella.
El mundo onírico, en ocasiones es muy privado, afloran pensamientos y sentimientos que son difíciles de compartir con otros, incluso con personas de nuestro entorno más íntimo. Si en el futuro nuestras máquinas inteligentes soñaran, ¿querrían contarnos lo que ocurre en ellos? Y en el caso de que se puedan visualizar los sueños gracias a la tecnología, ¿será conveniente grabar sus sueños? La doctora Susan Calvin en Sueños de robot lo tiene muy claro.
Atribución de la fotografía: https://www.flickr.com/photos/isadoragraves/3563067912/in/photostream/
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