Los robots están llamados a desempeñar todo tipo de tareas de forma más eficaz y con menor coste que la mayoría de humanos. Hay muchos pros y contras respecto a la oposición a esta sustitución de mano de obra humana por robótica en función de quién tome la palabra y en base a qué valores sociales sustenten los argumentos, pero hay un sector en el que la robótica tiene un nicho laboral perfecto: la exploración espacial. Su resistencia, ausencia de requerimientos de soporte vital y capacidad de trabajo los señalan como los astronautas perfectos.

La robótica ha estado presente desde el principio en la carrera espacial en forma de dispositivos de las naves espaciales o sondas que se han dedicado a acercarnos el Sistema Solar mediante la captura de imágenes o recolección y análisis de muestra.

La cuestión es cuándo un robot humanoide, que se desenvuelva como un astronauta humano, es decir, pueda manejarse en una nave espacial diseñada para humanos (en la que tendría que realizar acciones como abrir esclusas o reparar equipamiento) despegará de la superficie de la Tierra.  Actualmente la NASA se encuentra desarrollando Valkyrie (el nombre mediático de R5), un robot humanoide de metro ochenta de altura con el objetivo de que sirva, bien de avanzadilla o bien como parte de la tripulación de una expedición a Marte.

En la ficción, los humanos han compartido nave y quehaceres con robots en multitud de ocasiones, de forma consciente o inconsciente. Desde Ash (Ian Holm) en Alien (Ridley Scott, 1979), quien nadie excepto la computadora Madre y los mandamases de Weyland Industries sabía su verdadera naturaleza e intenciones de hacerse con una exótica criatura, hasta David (Michael Fassbender) en Prometheus, la precuela de la saga en la que otro robot con apariencia perfectamente humana presta sus servicios al ínclito Peter Weyland sin que su estatus robótico sea ninguna sorpresa para el resto del equipo de trabajo.

En estos dos ejemplos de la saga Alien, los robots son introducidos en la tripulación con intención de que una determinada misión que desconocen sus congéneres humanos sea realizada, es decir, se utilizan como trabajadores de gran lealtad para que lleven a cabo su cometido sin que se planteen cuestiones morales o de otra índole.

Pero los robots no siempre son estos servidores privilegiados de sus jefes directos, sino que también cooperan de igual a igual con el resto de la tripulación. De hecho, suponen mayoría y además no suelen presentar una apariencia equiparable a la humana, como por ejemplo, los adorables CASE y TARS de Interstellar (Christopher Nolan, 2014) o Huey, Dewey y Louie de Naves Misteriosas (Douglas Trumbull, 1972). En estos casos, no tienen nada que ocultar a sus colegas humanos.

Una situación muy llamativa es la de GERTY (Kevin Spacey) en Moon (Duncan Jones, 2009), robot creado por Lunar Industries Ltd. para servir y acompañar a Sam Bell (Sam Rockwell) durante su duro trabajo en la Luna en el que extrae un isótopo que en el futuro podría constituir una limpia y  fuente de energía: el helio-3.

moon_gerty

GERTY debe lidiar tanto con sus jefes terráqueos de Lunar Industries, empeñados en obtener el máximo beneficio, como con los conflictos que le plantea Sam en la Luna, a quien se le oculta mucha información desde la Tierra. Y la verdad es que a pesar de las contradicciones sabe navegar entre dos aguas y lo lleva bastante bien. Mucho mejor compañero que HAL 900 en 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), a quien su repelencia y arrogancia, desde mi punto de vista, le hicieron perder los “nervios”.

Este es quizá uno de los conflictos que se plantean a la hora de introducir a un robot en la tripulación de una misión espacial, el hecho de que, por parte de los responsables de la misión no haya un trato equitativo y los robots tengan información y/o objetivos distintos a los de los miembros humanos de la misión.

Pero las suspicacias también se pueden dirigir hacia el propio robot, independientemente de que su rango y trato sea equiparable al de un humano: que la máquina se revele de algún modo para tener el control de la misión a raíz de diversas motivaciones. En este sentido El test del piloto Pirx  (Marek Piestrak, 1978), basado en el relato corto de Stanislaw Lem The Inquest, plantea todo un campo de pruebas al respecto. El astronauta Pirx, protagonista de toda una colección de relatos de Lem entre los que se incluye el presente, es el encargado de poner a prueba una nueva tecnología que permitirá optimizar la exploración espacial: los robots denominados no-lineales. Pirx tendrá que evaluar su idoneidad para la realización de viajes espaciales en un complejo escenario: una misión a Saturno en la que una tripulación compuesta por humanos y robots compartirán tareas sin que Pirx sepa, a priori, la naturaleza de cada uno de ellos.

La ciencia ficción ofrece todo tipo de escenarios para estos viajes espaciales que tendrán lugar sí o sí con robots en cualquiera de las encarnaciones tecnológicas que nos permita la ciencia presente y futura. Los humanos decidiremos qué apariencia y funciones tendrán y cómo será la relación con ellos, la cuestión es qué humanos lo harán. Pirx lo tenía muy claro.

 

Atribución de la foto de Valkyrie: https://www.flickr.com/photos/nasa2explore/11408577176