La Ilustración fue una época apasionante en la que el avance sin prejuicios de las ciencias y el pensamiento permitió que nuevos prodigios causasen sensación en la sociedad. Uno de ellos fue la fabricación de autómatas que, gracias a la perseverancia, ingenio y conocimientos técnicos y fisiológicos de sus creadores imitaban a seres vivos. Tal es el caso del flautista del ingeniero francés Jaques de Vaucanson (1709-1782), un pastor a tamaño natural presentado a la Academia de Ciencias francesa en 1738 y que era capaz de soplar y mover los dedos con suficiente presión y precisión para generar una melodía. Este autómata humanoide tuvo el honor de servir de ejemplo en la entrada correspondiente al término “androide” de la Enciclopedia impulsada por Denis Diderot y Jean Le Ron d’Alembert. Otra de las célebres creaciones de Vauncanson fue otra criatura mecánica de apariencia no humana: un pato que, además de los movimientos propios del animal que representaba podía realizar, supuestamente, la digestión hasta la obtención del producto final del proceso.
Pero una cosa era imitar músculos, vísceras y huesos y otra muy distinta crear una máquina capaz de realizar procesos intelectuales complejos inherentes, en principio, a los humanos. Esto último es lo que fabricó en 1769 el escritor e inventor húngaro Wolfang von Kempelen (1734-1804). Se trataba de un dispositivo consistente en una especie de cajón a modo de mesa en la que un autómata humanoide figuraba sentado disfrazado con un turbante y una túnica, por eso recibía popularmente el nombre de “El Turco”. Todo este sistema estaba preparado para jugar al ajedrez, disciplina en la que Kempelen destacaba y la cual también dominaba su autómata, que exhibía el mecanismo subyacente bajo el tablero de la mesa en la que se apoyaba el jugador mecánico.
El objetivo de la fabricación de tan ingeniosa máquina no era otro que entretener a la emperatriz María Teresa I de Austria. Las sobresalientes capacidades del Turco, que asustaron al entorno imperial, hicieron su carrera en la corte muy breve y fue desmantelado hasta que el sucesor al trono dio la orden contraria, pero esta vez para dejar girar al invento por las principales ciudades de Europa enfrentándose (y ganando) a jugadores ilustres como Benjamin Franklin. A pesar de que los dispositivos internos quedaban expuestos al público para que pudiese comprobar que no había ninguna participación humana en las acciones de la máquina, existían sospechas respecto a las destrezas reales del Turco, pero no suficientes como para que una tournée no fuese rentable para sus sucesivos capataces.
Bajo la titularidad del mecánico alemán Johann Nepomuk Maelzel (1772-1838), inventor del metrónomo, el Turco siguió causando sensación y derrotando a Federico el Grande de Prusia (según la leyenda), a Napoleón y a hordas de ajedrecistas experimentados que se acercaban a esta máquina para poner a prueba sus capacidades.
Aunque de forma renqueante, este dispositivo fascinante e irritante mantuvo su secreto hasta que en 1834 Jacques Mouret lo vendió a la publicación francesa Magasin pittoresque por una botella de brandy. El secreto no era otro que una oquedad oculta en la que un ajedrecista talentoso y cómplice, gracias a un sistema de imanes y resortes, podía saber los movimientos del contrincante y en función de ellos manipular los mecanismos del Turco para hacer avanzar el juego. Y Mouret no era otro que el último de los “cerebros” que habían ocupado las entrañas del Turco en sus controvertidas actuaciones y que a su vez fue instructor de ajedrez de Luis Felipe I de Francia.
Más de un siglo después de que fuera totalmente oficial la condición de fake del Turco, sobre la cual existía un amplio clamor e incluso ya había escrito Edgar Allan Poe un extenso artículo al respecto, IBM desarrolla una máquina, Deep Blue, que en 1996 logra ganar una partida a Gary Kaspárov, campeón del mundo de ajedrez en ese momento. Este acontecimiento, fue objeto de gran enfado y polémica entre el campeón y los desarrolladores de la computadora, tal como se plasma en el documental Game Over: Gasparov and the Machine (Vikram Jayanti, 2003).
Curiosamente, Deep Blue y sus sucesoras, como Deeper Blue, también de IBM, y otras máquinas capaces de jugar a otros juegos, por ejemplo, el chino Go, tienen otro abuelo más joven y español: el Ajedrecista, un autómata creado por el matemático cántabro Leonardo Torres Quevedo y que realmente jugaba al ajedrez por sí mismo, tal como se comprobó en su puesta de largo en la feria de París en 1914. Este abuelo, además de no ser un fake, sobrevive en la actualidad en el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid. El Turco, por desgracia, terminó sus días en un incendio en 1854 en el museo chino de Philadelphia, su último y tranquilo hogar.
Imágenes obtenidas de Wikipedia.
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